MI VIDA EN STUTTGART

lunes, 28 de febrero de 2011

Lunes 28 de febrero

Hace un año estaba con una bebé de 4 días en mis brazos. Me había graduado recién de mamá. Pero como que vine a disfrutarlo un par de meses después.
Es que con el terremoto, siento que ser mamá pasó casi a segundo plano esos días.
La Libe nació el 24 de febrero. La noche del viernes 26 se supone sería la última noche en la que yo podría descansar y dormir tranquila. Estás super bien, así que mañana en la mañana te doy el alta, aprovecha de descansar esta noche me había dicho mi doctor.  Así que cuando la enfermera me preguntó si la niña se quedaba o se iba a la sala cuna, le dije quiero dormir tranquila porque no sé hasta cuándo no lo volveré a hacer y ambas no reímos. Ella salió con la Libe en su cunita. El Coso se fue y yo me quedé dormida con el corazón latiendo fuerte, en mi garganta, pero pensé que era una taquicardia suave producto de la cantidad de visitas de ese día y todo lo que había conversado.
Desperté y eran las 02:34… ahhhh qué lata! Se supone que hoy tengo que descansar, ya duérmete flaka!! No podía respirar con el corazón latiendo tan fuerte.  Me levanté como tres veces al baño, otras tantas tomé agua, prendí la tele, me di un par de vueltas. Todo esto con una lentitud de tortuga Concha porque con una cesárea de dos días en el cuerpo no es mucho lo que se podía hacer. Ya! Pranayama me dije y empecé a respirar para relajarme y dormirme de una vez por todas. Eran las 03.30.
Minutos después de empezar mi intento de relajación se empezó a mover la cama. Lo que me faltaba, un temblor pensé. Ya, que pasé no más. Pero no pasó. Todo lo contrario. Empezó más fuerte. Como pude me volví a levantar y me fui a abrir la puerta. Mi papá siempre decía que en los temblores hay que abrir las puertas porque o si no se podían trancar. Iba a pies pelados y con una mano en la pared y la otra en mi herida. Me dolía. Eran unos tres metros hasta la puerta, pero se me hicieron interminables. Me costaba caminar, entre el dolor y el movimiento de la tierra fue difícil llegar a la puerta.
Mientras caminaba, trataba de gritar, pero no me salía la voz, unas ahogadas palabras mi hija, mi hija luchaban por sonar. Yo no tenía idea dónde estaba la sala cuna. En el piso de arriba, en el de abajo, en mi mismo piso… dónde? Y parece que mientras más trataba de gritar más fuerte se movía la tierra, como intentando acallarme.
Al abrir la puerta recibí una cachetada de gritos desaforados e histéricos. Mi bebé, mi hijo, mi hija, dónde está mi niño? Unas manos me tomaron del brazo y me llevaron hasta el centro donde se juntaban los pasillos. Todas nos mirábamos con los rostros desencajados. Había un par de papás que abrazaban a sus mujeres y las calmaban. Seguía temblando. De pronto miro hacia el lado y plaf! En el sector de los ascensores, donde se unían los dos edificios de la clínica, se cae el cielo falso. Dios mio. Esto es muy grande pensé. Dónde está mi hija. Cuídala por favor. Las paredes de vidrio ondeaban. Y la Amandita? Cuídala a ella también. Por favor, que a mis niñas no les pasa nada. Padre nuestro, que estás… y trataba de abrazar la pared. Quería llorar y no me salían lágrimas. Quería hablar, preguntar por la sala cuna y no me salían palabras.
Se terminó el temblor. La sensación de desorientación era gigante. Unos cinco minutos después, una enfermera dice dos mamás que puedan caminar bien para bajar a la sala cuna. Yo! Dije y nos fuimos por una escalera. Recuerdo a la enfermera diciéndome despacio mamita, que está recién operada. Entré a la sala cuna y vi todas las cunitas al centro. Son todas iguales! Dije. Nooo, cómo se llama su bebé, Libertad, acá está.
Y ahí estaba. Durmiendo. Quise tomarla en brazos pero yo temblaba, solo la toqué y le hice cariño. Ahí pude llorar muy suavecito. Nunca había sentido ese miedo tan feroz. Claro, eso se siente cuando uno es mamá.
No sé cuánto rato después llegó el Coso. Como a las cinco de la mañana llegó el doctor y la pediatra. Nos dieron el alta. Esperamos hasta las 10 de la mañana para irnos.
Ya en la casa, sin agua, sin luz, sin internet, las noticias venían de la radio del auto. El mar se salió en Talcahuano. Dios no! Mi sobrino. Contesta el teléfono Patty por favor. Pero la voz de mi cuñada no aparecía al otro lado. Y no volvería a aparecer en ese número. La angustia de no saber del niño hizo que mis papás partieran el domingo a buscarlo. El lunes en la tarde supimos que mi sobrino se había ido a Chillán con una tía esa noche,  mi cuñada sobrevivió cuatro horas nadando dentro de su casa,  con cinco meses de embarazo y sosteniendo a su madre. La casa se había perdido. Todo lo que había adentro también. Pero estaban todos vivos. Mi sobrino estaba bien. Gracias Dios mio. Muchas gracias.
Después de saber todo eso, mi experiencia había sido una anécdota al lado de lo que vivió mi cuñada. Nos volcamos a ayudarlos.  Qué más puede hacer la familia en esos casos? Sólo pude mandar emails y mensajes por facebook pidiendo ayuda. Y llegó mucha. Dios sabe cuánto agradecemos a quienes nos tendieron una mano. Creo que nunca pude responder personalmente a todos quienes acudieron a mi llamado. Ustedes saben quiénes son. Yo también. Y de corazón le pido a Dios que multiplique esa ayuda en bendiciones para su familia.
Mi casa está al lado de la de mis papás. Toda la familia estaba ahí. Abuelos, hijos y nietos. La nieta más pequeña, mi hija, Libertad. Que me recordaba a cada instante la fragilidad de la vida y mi nuevo personaje a interpretar. El que se supone debía ser protagonista. Qué difícil fue enfocarme y concentrarme sólo en ella con todo el revuelo a mi alrededor. Como dije antes, me costó llegar a disfrutar ese rol…
Hoy, lejos de mi tierra, disfruto a concho a mi hija que ya tiene un año. Le doy gracias a Dios por estar vivos.  Pero hay un dolor ahí, escondido.
Sólo me queda seguir enviando mis buenos deseos y energías positivas a tantos compatriotas que vieron cambiar su vida tan drásticamente esa madrugada. Que Dios los acompañe. Es un largo camino. Pero esa fuerza que tiene mi pueblo no se la llevó el tsunami ni la aplastó un terremoto. Es la fuerza que nace después de enfrentar el miedo más profundo, la hipotermia,  la angustia, la fuerza del mar, la fuerza de una muralla desplomada. Esa fuerza es la que logrará una real reconstrucción, no un gobierno de turno, ni una fuerza opositora. Que poco y nada hacen enfrascados en sus egos partidistas.
Es el deseo profundo de vivir con dignidad.
Levántate Chile, tú puedes!

miércoles, 16 de febrero de 2011

Miércoles 16 de Febrero

Y nos fuimos a Barcelona. Qué ciudad!! Cuatro días es la nada misma para conocer esta ciudad. Pero hicimos lo que mejor que pudimos. Lo bueno es que no tuvimos problemas en el lugar donde nos alejamos, así que podemos volver a pegar en la pera tranquilos cuando queramos.
Digo lo mejor que pudimos, porque salir con guagua pucha que es distinto. En todos los sentidos. Antes tomábamos nuestras mochilas con el Coso y partíamos. Ahora, hay que chequear todo mil veces. Anda que la guagua se vaya a quedar sin pañales o sin leche o no tenga muda de ropa y se moje… pfs! Eso sin contar con que ahora viajamos con una maleta de las grandes (chao mochilas juveniles) y la mitad de ésta es sólo para cosas de la Libe. El resto lo tenemos que compartir con el Coso, obvio que el pobre sale perdiendo. Pero bueno, los hombres también llevan menos cosas que una, siempre.
Llegamos a la ciudad y a la salida al amigo del Coso le pasaron un parte por llevar una menor sin la silla de auto respectiva….pucha oh! Pensamos, Europa es terrible, no perdona nada. Nos fuimos en taxi, 28 euros que no estaban presupuestados.
Al día siguiente, empezó nuestro recorrido. Sin palabras. Barcelona tiene una onda indescriptible. Me encantó. Recorrimos la Catedral del Mar, la catedral de la ciudad, el Barrio Gótico, la Barceloneta, el paseo costero, La Rambla… y claro, dije antes que andar con guagua cambia las cosas, pero no necesariamente es complicado, simplemente es diferente. Con la Libe todo es diferente, porque ella le pone su sello a cada cosa. Es tan rico ver sus reacciones frente a las cosas nuevas. Es como conocer todo por partida doble. Una es mi propia primera impresión de un lugar y luego viene el observar su carita y sus ojos e imaginar cómo estará procesando todos los estímulos que hay a su alrededor. Se portó regio!!
Al día siguiente nos fuimos a la playa, a Sitges. Mediterráneo total. Muy simple, precioso, todo como en las películas, casas de color blanco y azul, arquitectura antigua, pequeñas calles y el día nos acompañó completamente. Brilló un sol cálido todo el día. Pucha que se agradece eso después de estar cuatro meses en un frío invierno. Lo único que a la Libe no le gustó mucho la arena.
El tercer día fue para la Sagrada Familia. Y esto merece mención aparte. Todo lo que se pueda decir sobre esta maravilla arquitectónica es poco. Uf! Dios, cómo conmueve la genialidad de un hombre tan adelantado a su época. Mis humildes respetos para el señor Gaudí. Sentí deseos de llorar, tan profundos. Pero no era de pena ni nada malo, era de emoción. Esa emoción despojada de apellidos que se siente cuando uno se enfrenta a la belleza en su más puro formato.
Ahora, en este viajecito también entendí, o más bien, me quedó claro que descendemos de los españoles y no de los alemanes. Acá en Stuttgart, en general, ya les he contado, las cosas suelen funcionar correctamente. Uno puede andar con el coche y la guagua por casi todas partes, la gente tiene cierta cultura cívica que hace amable transitar por sus calles. Pero es más fría. Allá en Barcelona, la gente es cálida, más extrovertida. En el metro no sé si no encontramos el ascensor o no había de frentón, pero andar con el coche fue medio traumático. Subir y bajar escaleras me hizo sentir por unos segundos en Santiago. Qué rápido se acostumbra uno a lo que el facilita la vida no? Acá andar con la cartera en el canasto del coche sin preocuparse mucho es mi pan da cada día. En Barcelona, no. Allá tuvimos que andar con el banano bajo la ropa y pendientes de las personas a nuestro alrededor. Los mismos españoles nos decían que tuviéramos cuidado en ciertos lugares. No sé por qué pienso que cuando regrese a Chile voy a extrañar algo más que a las personas.
En fin, el viaje fue precioso. Me encantó la ciudad. Me encantó la gente. Me encantó el Mediterráneo. Lo mejor, me encantó viajar con la Libe. Tiene su encanto andar con guaguas. Sin contar que  en el counter para entrar al avión, podemos pasar primero, jaja.